PERSONAJE DE PAPEL
- lalogiaperu
- 3 oct 2014
- 2 Min. de lectura
“Creo que es la primera vez que hago esto” dijo el escritor mientras se sentaba. Admiró su mesa de trabajo con herramientas de medición y cálculo. “¡No!” gritó, alarmando a su mujer quien se asomó desde la cocina para verlo derribar los instrumentos que tenía.
El escritor sacó una hoja y un lápiz mientras su esposa volvía a lavar los platos.
El escritor se sumergió en su propia cabeza y comenzó a narrar una historia. Era un bebé prodigio, bastante hábil para su edad, bastante avanzado para la criatura que era. De niño no tenía amigos y sus capacidades para socializar eran bastante limitadas al punto de no poder ni dirigirse a su hermano, quien resultó ser un niño “normal”. “El genio y el guapo” les decían a los gemelos, aunque físicamente eran completamente iguales, querían hacer sentir bien al menos dotado. Ya de adultos, los gemelos tomaron diferentes caminos y no se volvieron a dirigir la palabra.
El escritor tomó un vaso con agua. Ya era demasiado tarde y, sin embargo, no podía parar de escribir: su propia historia lo tenía maravillado. Sintió una profunda conexión con su personaje, una conexión que, sin poder explicárselo, buscaba desde hacía mucho tiempo.
El personaje se encontró solo un día. Despertó y, de golpe, se dio cuenta de lo miserable y vacía que su vida era. Corrió al otro lado de la calle sin poder explicar sus acciones, paró en un teléfono público y realizó una llamada. Comenzaba a desesperarse y estuvo a punto de colgar cuando le contestaron, pero no logró ubicar a la persona que buscaba. “No se encuentra” le dijo una mujer que desconocía. Sin saber qué hacer o a dónde ir, el personaje corrió de vuelta a su casa, tomó una maleta e introdujo la poca ropa que encontró a la mano. Sin embargo, apenas logró salir de su casa, no alcanzó a cruzar la calle. Un autobús desprevenido atravesó la pista a toda velocidad y pasó por encima del personaje, liquidándolo de la historia, como si el escritor no quisiera que encontrara a esa persona que tanto quería ubicar.
El escritor pareció despertar de un trance. Estaba bañado en sudor y demasiado agitado, con el corazón en la garganta del susto. El escritor había esperado este momento, esta conexión que había creado con su personaje y no entendía por qué lo había eliminado. Volvió las páginas para atrás y leyó la historia de nuevo.
No concebía la muerte de su querido personaje. No lo entendía. Se golpeaba la cabeza para comprender. El mundo se limitó al papel y a su mano sosteniendo el lápiz.
No.
No había razón.
No había razón para matarlo, pero lo hizo.
Tomó los papeles y los puso dentro de un cajón, cerrándolo con violencia. Se sentía destruido y decidió recostarse. “No quiero que me molesten, estoy cansado” le dijo a su mujer quien acababa de colocar el teléfono en espera. Desconcertada, se acercó de nuevo al aparato y respondió “No se encuentra” y colgó, desatando el caos.
Jaime Vegas
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