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Escapar

  • lalogiaperu
  • 19 sept 2014
  • 1 Min. de lectura

Voy corriendo, apartando las ramas que chocan contra mí. Siento que lo único que hago estos días es correr, escapar de las cosas. Huir siempre me lleva al mismo lugar: esa abandonada casa amarilla escondida en el bosque a la que sé llegar muy bien. Soy como el elegido, el único que puede encontrarla.


Dos torres, como una iglesia antigua de estilo clásico, paredes desconchadas hasta el ladrillo, cemento seco sobre la tierra. Al medio, una puerta de tres metros de madera clara. De memoria. No olvido ningún detalle.


Al entrar se pueden ver dos escaleras que llevan a diferentes y separadas secciones del segundo piso. En ambos, una puerta. Siempre voy a la izquierda. Una que otra vez elegí ir a la derecha, pero casi siempre a la izquierda. Los escalones te tientan a tropezar, casi hasta te gritan para que te equivoques, pero yo nunca me caigo.


Al llegar al segundo piso intento recordar de qué huía y por qué. Quiero regresar. Quiero enfrentarlo, pero nunca lo recuerdo. Creo que es el miedo. Escapo del miedo sin rostro. No regreso, no lo quiero ver. No puedo enfrentarlo.


Al fondo de la habitación hay un espejo. Siempre está ese espejo en la habitación vacía del camino izquierdo. Me acerco a observarme y mis ojos saltan de mi cara, golpean el espejo y regresan a mi rostro, pero entran demasiado. Pasean alrededor de mi cerebro. Dan dos, tres, cuatro vueltas y vuelven a su sitio.


Al fin puedo verme de nuevo, en mi baño, medio dormido.


Jaime Vegas



 
 
 

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